miércoles, 5 de octubre de 2016

Genocidio y etnocidio


Genocidio y etnocidio: dos dimensiones de una agresión

Tales procesos pueden entenderse como transicionales amortiguadores de impactos más severos

Archivo | La Estrella de Panamá




Francisco A. Herrera                                       periodistas@laestrella.com.pa

Dos palabras hermanas, trágicas ambas. El genocidio es el asesinato masivo de pueblos enteros con la intención de hacer desaparecer a una sociedad que el victimario ha elegido como enemiga.

El etnocidio es la muerte programada de una cultura por imposición de otra, de su espíritu, vía introducción forzada de nuevos modelos de conducta en la cultura receptora. Se le llama también asimilación cultural y se genera a partir de una actitud propia de los pueblos: el etnocentrismo. En los tiempos modernos hablamos de integración sin consulta previa.

LAS BASES CULTURALES DEL ETNOCIDIO

El etnocidio se desarrolla cuando una sociedad con una cultura que se autodenomina superior a la que se le impone el modelo de la propia, decide por sí, y ante sí, que la cultura del otro es incompatible con la propia, más aún que la propia es el único modelo posible.

En la práctica estas definiciones tienen sus matices. Aunque no siempre el etnocidio coincide con el genocidio, puede en circunstancias especiales conducir a una población a un estado de anomía que a su vez produce el suicidio, que no es otro que otra forma de genocidio indirecto.

Este fue el caso de los pueblos de la isla de Tasmania, frente a Australia, en el Pacifico. Allí los ingleses impusieron a este pueblo cuya tecnología correspondía a la edad de piedra en el siglo XIX, y una ausencia de vestidos, sus costumbres europeas. De los sobrevivientes, los hijos fueron extrañados de sus padres para educarlos a la usanza europea o inglesa. Hace algunos años, el gobierno de Nueva Zelanda… pidió perdón por este trágico episodio en la historia de la humanidad, no el único, pero sí uno de los emblemáticos. También entre los indios norteamericanos hubo iguales modelos impositivos. A pesar de los perdones, el hecho persiste.

LOS EJEMPLOS RECIENTES

Etnocidio han ocurrido en nuestros tiempos, como los de la Alemania nazi, los casos recientes en Africa y en las guerras de la ex Yugoeslavia. Algunos basados en los odios acumulados por generaciones entre pueblos autoconsiderados superiores y pueblos dominados como inferiores, en otros donde la religión, y la cultura que las matiza, legitiman matanzas entre pueblos que hacía poco convivían como hermanos. Matices diferenciadores en una misma corriente religiosa justifica el derecho de unos para eliminar a otros, como los ejemplos en el medio oriente, en la india, etc.

Cuando se observan estos hechos, el ejemplo de África del Sur, donde podría adivinarse una confrontación sangrienta, de no haber Nelson Mandela asumido una actitud y una política conciliadora, siendo él miembro de grupos vejados y marginados, logrando crear espacios para el reconocimiento y la interculturalidad, una palabra fácil pero difícil de poner en práctica, aún en sociedades como las nuestras acostumbradas a la tolerancia, pero rara vez a la concesión de los derechos completos.





GLOBALIZACION Y ETNOCIDIO

En nuestros días, y conscientemente, hay procesos de etnocidio que ocurren sin una aparente intención de borrar las otras culturas, especialmente aquellas que son vulnerables por su marginalidad, pobreza, distancia cultural, etc. Se basta con el factor de la cultura globalizada, aquella que, partiendo de un eje dominante, económico, tecnológico, político, incide en la conducta de los pueblos situados en sus antípodas geográficas y culturales.

Sus agentes locales asumen la premisa del efecto erosión o adopción de nuevos modelos substituyendo los anteriores, como única alternativa para entrar a un modelo de sociedad consumista, dependiente del mercado, apoyado por un sistema educativo que percibe a las otras culturas modelos de museos, exóticos, pero raros y dispensables.

En términos generacionales, a las culturas globalizadas les importará poco sus antecedentes históricos culturales que no sea los que están registrados en los libros o en los museos etnográficos (etnohistóricos, diríamos). Cada generación se adapta rápidamente a las exigencias del medio generalmente determinados por los factores del mercado, mediados por la televisión, la radio, el internet y ahora por el celular y todos sus instrumentos de red.

Y esto no va solo por la costumbre de vestir, la manera de hablar, las prácticas religiosas, como también en los gustos y hábitos de comer, no pocos de ellos reductores de los nutrientes que en el pasado proporcionaban los alimentos locales, sino también, en las fuentes orientadoras de conductas, donde hasta los padres pierden el prestigio de su autoridad moral, y las otras autoridades sociales y políticas locales por otras fuentes más deletéreas como las que proceden de las imágenes de la televisión, etc. Todos estos procesos se realizan de manera inconsciente y en el marco de cierto voluntarismo que excluye cualquier posibilidad de culpa por etnocidio programado; pero ocurre.

PROYECCIONES FUTURAS

En los años recientes, los pueblos marginados que han entrado en el escenario político por su propio crecimiento demográfico y su incorporación a un modelo formal de democracia, han reaccionado gestando una propuesta de rescate de sus identidades históricas y presentes, pero quedan atrapadas en la polaridad de conservación o cambio, o en la síntesis sincrética (que también puede tener sus contradicciones internas), de modelos nuevos de mestizaje socio cultural. Es probable que el cambio cultural, irreversible, afecte las identidades de los grupos que hasta ahora han procurado mantenerse como unidades culturales que se autorepresentan en el escenario socio cultural del país como distintos del resto de la población.

La globalización parece ser un factor de cambio que tiende a disgregar a sus componentes e insertarlos en sistemas más cosmopolitas, por no decir anónimos, en los que las lealtades culturales dejan de tener significado. Sus referentes no son locales sino internacionales, excepto en contextos de demandas sociales ignoradas por los sistemas políticos administrativos.

Para los mercados globalizados estos procesos son daños colaterales (frase perversa) inevitables. La era de las comunicaciones y las redes digitales lo favorecen, aunque también pueden contribuir a procesos de reajustes y de construcción de nuevas identidades (etnogénesis) que intentan evitar la dilución de la memoria cultural.

Casos de adaptación creativa y posicionamiento en los contextos nacionales e internacionales son los gunas[1], que incursionan en muy distintos ámbitos culturales urbanos con mucho buen éxito, en la música, la danza, la pintura, etc. Tales procesos pueden entenderse como transicionales amortiguadores de impactos más severos. La historia nos dirá que resultará de ello.



[1] Según el hinduismo, las gunas son las tres cualidades de las que está compuesto el universo: satuá (bondad contemplativa, inteligencia), rayas (pasión activa, energía) y tamas (ignorancia inerte). Son elementos inseparables que se combinan en diferentes proporciones para formar los objetos materiales. Cada uno de ellos no puede existir sin los otros.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Los obispos mexicanos presentan la Laudato Si' en el Senado



Por invitación de la Comisión Especial de Cambio Climático, este próximo 4 de noviembre, por primera vez entrarán al Senado, dos obispos católicos mexicanos, para presentar la reciente encíclica del Santo Padre.
Ciudad del Vaticano, 02 de noviembre de 2015 (ZENIT.orgRedacción | 538 hits
Ante la próxima visita del Papa Francisco a México en febrero de 2016, la Comisión Especial de Cambio Climático del Senado de la República junto al Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC) y la Fundación Konrad Adenauer, lograrán un hecho histórico en este recinto legislativo: la presencia de la Iglesia Católica, de manera formal, en el Senado de la República.
Por invitación de la Comisión Especial de Cambio Climático, este próximo 4 de noviembre, por primera vez entrarán al Senado, dos obispos católicos mexicanos: Monseñor Rogelio Cabrera López, arzobispo de Monterrey, Nuevo León, y Monseñor Juan Armando Pérez Talamantes, Obispo Auxiliar de Monterrey, para presentar en el Auditorio Octavio Paz, la reciente encíclica del Santo Padre, “Laudato Si'. Alabado seas”, sobre el cuidado de la casa común.
El licenciado Román Uribe, presidente del IMDOSOC, junto con la senadora Silvia García Galván, presidenta de la Comisión Especial de Cambio Climático, serán los encargados de dar la bienvenida a este histórico evento.
Durante el foro: “La pobreza y el cambio climático. Presentación de la Encíclica Laudato Sí’” los legisladores podrán escuchar al Papa Francisco en este documento, sobre el cuidado de la Creación y la delicada situación de daño ecológico y deterioro social en el mundo que ha generado que millones de personas vivan en pobreza.
Dicho evento será presidido por la senadora Silvia Garza Galván, quien reconoció que la Encíclica es un material invaluable que puede ayudar a que los mexicanos tomen acciones para evitar los efectos del cambio climático.
La lectura de la encíclica, desde la ciencia, la realizará la Doctora María Amparo Martínez Arroyo, Directora General Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático. Y en el panel “Pobreza y cambio climático” participarán el Maestro Mateo Castillo, Miembro del Consejo Internacional de la Carta de la Tierra; la Maestra Jeanette Arriola Sánchez, Presidenta del Patronato Pro Zona Mazahua; el Doctor Mauricio Limón, Especialista en temas de sustentabilidad; Fray Luis Javier Rubio, Rector del Instituto de Formación Teológica Intercongregacional de México; y, el Maestro Federico Llamas, Director General de la Universidad del Medio Ambiente.
Por su parte, el Director General del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC) Jorge Navarrete Chimés, aplaudió la apertura de los senadores para escuchar el mensaje del Papa Francisco e hizo votos para que el mensaje de Su Santidad se convierta en un compromiso por parte de los senadores en torno al cuidado de la naturaleza y la Creación, así como por el Bien Común de todos los mexicanos, especialmente por los más pobres.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Discurso del papa Francisco en la ONU



Les agradezco la invitación que me han hecho a que les dirija la palabra en esta sesión conjunta del Congreso en «la tierra de los libres y en la patria de los valientes». Me gustaría pensar que lo han hecho porque también yo soy un hijo de este gran continente, del que todos nosotros hemos recibido tanto y con el que tenemos una responsabilidad común.
Cada hijo o hija de un país tiene una misión, una responsabilidad personal y social. La de ustedes como Miembros del Congreso, por medio de la actividad legislativa, consiste en hacer que este País crezca como Nación. Ustedes son el rostro de su pueblo, sus representantes. Y están llamados a defender y custodiar la dignidad de sus conciudadanos en la búsqueda constante y exigente del bien común, pues éste es el principal desvelo de la política. La sociedad política perdura si se plantea, como vocación, satisfacer las necesidades comunes favoreciendo el crecimiento de todos sus miembros, especialmente de los que están en situación de mayor vulnerabilidad o riesgo. La actividad legislativa siempre está basada en la atención al pueblo. A eso han sido invitados, llamados, convocados por las urnas.
Se trata de una tarea que me recuerda la figura de Moisés en una doble perspectiva. Por un lado, el Patriarca y legislador del Pueblo de Israel simboliza la necesidad que tienen los pueblos de mantener la conciencia de unidad por medio de una legislación justa. Por otra parte, la figura de Moisés nos remite directamente a Dios y por lo tanto a la dignidad trascendente del ser humano. Moisés nos ofrece una buena síntesis de su labor: ustedes están invitados a proteger, por medio de la ley, la imagen y semejanza plasmada por Dios en cada rostro.
En esta perspectiva quisiera hoy no sólo dirigirme a ustedes, sino con ustedes y en ustedes a todo el pueblo de los Estados Unidos. Aquí junto con sus Representantes, quisiera tener la oportunidad de dialogar con miles de hombres y mujeres que luchan cada día para trabajar honradamente, para llevar el pan a su casa, para ahorrar y –poco a poco– conseguir una vida mejor para los suyos. Que no se resignan solamente a pagar sus impuestos, sino que –con su servicio silencioso– sostienen la convivencia. Que crean lazos de solidaridad por medio de iniciativas espontáneas pero también a través de organizaciones que buscan paliar el dolor de los más necesitados.
Me gustaría dialogar con tantos abuelos que atesoran la sabiduría forjada por los años e intentan de muchas maneras, especialmente a través del voluntariado, compartir sus experiencias y conocimientos. Sé que son muchos los que se jubilan pero no se retiran; siguen activos construyendo esta tierra. Me gustaría dialogar con todos esos jóvenes que luchan por sus deseos nobles y altos, que no se dejan atomizar por las ofertas fáciles, que saben enfrentar situaciones difíciles, fruto muchas veces de la inmadurez de los adultos. Con todos ustedes quisiera dialogar y me gustaría hacerlo a partir de la memoria de su pueblo.
Mi visita tiene lugar en un momento en que los hombres y mujeres de buena voluntad conmemoran el aniversario de algunos ilustres norteamericanos. Salvando los vaivenes de la historia y las ambigüedades propias de los seres humanos, con sus muchas diferencias y límites, estos hombres y mujeres apostaron, con trabajo, abnegación y hasta con su propia sangre, por forjar un futuro mejor. Con su vida plasmaron valores fundantes que viven para siempre en el alma de todo el pueblo. Un pueblo con alma puede pasar por muchas encrucijadas, tensiones y conflictos, pero logra siempre encontrar los recursos para salir adelante y hacerlo con dignidad. Estos hombres y mujeres nos aportan una hermenéutica, una manera de ver y analizar la realidad. Honrar su memoria, en medio de los conflictos, nos ayuda a recuperar, en el hoy de cada día, nuestras reservas culturales.
Me limito a mencionar cuatro de estos ciudadanos: Abraham Lincoln, Martin Luther King, Dorothy Day y Thomas Merton.
Estamos en el  ciento cincuenta aniversario del asesinato del Presidente Abraham Lincoln, el defensor de la libertad, que ha trabajado incansablemente para que «esta Nación, por la gracia de Dios, tenga una nueva aurora de libertad». Construir un futuro de libertad exige amor al bien común y colaboración con un espíritu de subsidiaridad y solidaridad.
Todos conocemos y estamos sumamente preocupados por la inquietante situación social y política de nuestro tiempo. El mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentos, de odio nocivo, de sangrienta atrocidad, cometida incluso en el nombre de Dios y de la religión. Somos conscientes de que ninguna religión es inmune a diversas formas de aberración individual o de extremismo ideológico. Esto nos urge a estar atentos frente a cualquier tipo de fundamentalismo de índole religiosa o del tipo que fuere. Combatir la violencia perpetrada bajo el nombre de una religión, una ideología, o un sistema económico y, al mismo tiempo, proteger la libertad de las religiones, de las ideas, de las personas requiere un delicado equilibrio en el que tenemos que trabajar. Y, por otra parte, puede generarse una tentación a la que hemos de prestar especial atención: el reduccionismo simplista que divide la realidad en buenos y malos; permítanme usar la expresión: en justos y pecadores. El mundo contemporáneo con sus heridas, que sangran en tantos hermanos nuestros, nos convoca a afrontar todas las polarizaciones que pretenden dividirlo en dos bandos. Sabemos que en el afán  de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de ir alimentando el enemigo interior. Copiar el odio y la violencia del tirano y del asesino es la mejor manera de ocupar su lugar. A eso este pueblo dice: No.
Nuestra respuesta, en cambio, es de esperanza y de reconciliación, de paz y de justicia. Se nos pide tener el coraje y usar nuestra inteligencia para resolver las crisis geopolíticas y económicas que abundan hoy. También en el mundo desarrollado las consecuencias de estructuras y acciones injustas aparecen con mucha evidencia. Nuestro trabajo se centra en devolver la esperanza, corregir las injusticias, mantener la fe en los compromisos, promoviendo así la recuperación de las personas y de los pueblos. Ir hacia delante juntos, en un renovado espíritu de fraternidad y solidaridad, cooperando con entusiasmo al bien común.
El reto que tenemos que afrontar hoy nos pide una renovación del espíritu de colaboración que ha producido tanto bien a lo largo de la historia de los Estados Unidos. La complejidad, la gravedad y la urgencia de tal desafío exige poner en común los recursos y los talentos que poseemos y empeñarnos en sostenernos mutuamente, respetando las diferencias y las convicciones de conciencia.
En estas tierras, las diversas comunidades religiosas han ofrecido una gran ayuda para construir y reforzar la sociedad. Es importante, hoy como en el pasado, que la voz de la fe, que es una voz de fraternidad y de amor, que busca sacar lo mejor de cada persona y de cada sociedad, pueda seguir siendo escuchada. Tal cooperación es un potente instrumento en la lucha por erradicar las nuevas formas mundiales de esclavitud, que son fruto de grandes injusticias que pueden ser superadas sólo con nuevas políticas y consensos sociales.
Apelo aquí a la historia política de los Estados Unidos, donde la democracia está radicada en la mente del Pueblo. Toda actividad política debe servir y promover el bien de la persona humana y estar fundada en el respeto de su dignidad. «Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que han sido dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos está la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad» (Declaración de Independencia, 4 julio 1776). Si es verdad que la política debe servir a la persona humana, se sigue que no puede ser esclava de la economía y de las finanzas. La política responde a la necesidad imperiosa de convivir para construir juntos el bien común posible, el de una comunidad que resigna intereses particulares para poder compartir, con justicia y paz, sus bienes, sus intereses, su vida social. No subestimo la dificultad que esto conlleva, pero los aliento en este esfuerzo.
En esta sede quiero recordar también la marcha que, cincuenta años atrás, Martin Luther King encabezó desde Selma a Montgomery, en la campaña por realizar el «sueño» de plenos derechos civiles y políticos para los afro-americanos. Su sueño sigue resonando en nuestros corazones. Me alegro de que Estados Unidos siga siendo para muchos la tierra de los «sueños». Sueños que movilizan a la acción, a la participación, al compromiso. Sueños que despiertan lo que de más profundo y auténtico hay en los pueblos.
En los últimos siglos, millones de personas han alcanzado esta tierra persiguiendo el sueño de poder construir su propio futuro en libertad. Nosotros, pertenecientes a este continente, no nos asustamos de los extranjeros, porque muchos de nosotros hace tiempo fuimos extranjeros. Les hablo como hijo de inmigrantes, como muchos de ustedes que son descendientes de inmigrantes. Trágicamente, los derechos de cuantos vivieron aquí mucho antes que nosotros no siempre fueron respetados. A estos pueblos y a sus naciones, desde el corazón de la democracia norteamericana, deseo reafirmarles mi más alta estima y reconocimiento. Aquellos primeros contactos fueron bastantes convulsos y sangrientos, pero es difícil enjuiciar el pasado con los criterios del presente. Sin embargo, cuando el extranjero nos interpela, no podemos cometer los pecados y los errores del pasado. Debemos elegir la posibilidad de vivir ahora en el mundo más noble y justo posible, mientras formamos las nuevas generaciones, con una educación que no puede dar nunca la espalda a los «vecinos», a todo lo que nos rodea. Construir una nación nos lleva a pensarnos siempre en relación con otros, saliendo de la lógica de enemigo para pasar a la lógica de la recíproca subsidiaridad, dando lo mejor de nosotros. Confío que lo haremos.
Nuestro mundo está afrontando una crisis de refugiados sin precedentes desde los tiempos de la II Guerra Mundial. Lo que representa grandes desafíos y decisiones difíciles de tomar. A lo que se suma, en este continente, las miles de personas que se ven obligadas a viajar hacia el norte en búsqueda de una vida mejor para sí y para sus seres queridos, en un anhelo de vida con mayores oportunidades. ¿Acaso no es lo que nosotros queremos para nuestros hijos? No debemos dejarnos intimidar por los números, más bien mirar a las personas, sus rostros, escuchar sus historias mientras luchamos por asegurarles nuestra mejor respuesta a su situación. Una respuesta que siempre será humana, justa y fraterna. Cuidémonos de una tentación contemporánea: descartar todo lo que moleste. Recordemos la regla de oro: «Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes» (Mt 7,12).
Esta regla nos da un parámetro de acción bien preciso: tratemos a los demás con la misma pasión y compasión con la que queremos ser tratados. Busquemos para los demás las mismas posibilidades que deseamos para nosotros. Acompañemos el crecimiento de los otros como queremos ser acompañados. En definitiva: queremos seguridad, demos seguridad; queremos vida, demos vida; queremos oportunidades, brindemos oportunidades. El parámetro que usemos para los demás será el parámetro que el tiempo usará con nosotros. La regla de oro nos recuerda la responsabilidad que tenemos de custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo.
Esta certeza es la que me ha llevado, desde el principio de mi ministerio, a trabajar en diferentes niveles para solicitar la abolición mundial de la pena de muerte. Estoy convencido que este es el mejor camino, porque cada vida es sagrada, cada persona humana está dotada de una dignidad inalienable y la sociedad sólo puede  beneficiarse en la rehabilitación de aquellos que han cometido algún delito. Recientemente, mis hermanos Obispos aquí, en los Estados Unidos, han renovado el llamamiento para la abolición de la pena capital. No sólo me uno con mi apoyo, sino que animo y aliento a cuantos están convencidos de que una pena justa y necesaria nunca debe excluir la dimensión de la esperanza y el objetivo de la rehabilitación.
En estos tiempos en que las cuestiones sociales son tan importantes, no puedo dejar de nombrar a la Sierva de Dios Dorothy Day, fundadora del Movimiento del trabajador católico. Su activismo social, su pasión por la justicia y la causa de los oprimidos estaban inspirados en el Evangelio, en su fe y en el ejemplo de los santos.
¡Cuánto se ha progresado, en este sentido, en tantas partes del mundo! ¡Cuánto se viene trabajando en estos primeros años del tercer milenio para sacar a las personas de la extrema pobreza! Sé que comparten mi convicción de que todavía se debe hacer mucho más y que, en momentos de crisis y de dificultad económica, no se puede perder el espíritu de solidaridad internacional. Al mismo tiempo, quiero alentarlos a recordar cuán cercanos a nosotros son hoy los prisioneros de la trampa de la pobreza. También a estas personas debemos ofrecerles esperanza. La lucha contra la pobreza y el hambre ha de ser combatida constantemente, en sus muchos frentes, especialmente en las causas que las provocan. Sé que gran parte del pueblo norteamericano hoy, como ha sucedido en el pasado, está haciéndole frente a este problema.
No es necesario repetir que parte de este gran trabajo está constituido por la creación y distribución de la riqueza. El justo uso de los recursos naturales, la aplicación de soluciones tecnológicas y la guía del espíritu emprendedor son parte indispensable de una economía que busca ser moderna pero especialmente solidaria y sustentable. «La actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la región donde instala sus emprendimientos, sobre todo si entiende que la creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al bien común» (Laudato si’, 129). Y este bien común incluye también la tierra, tema central de la Encíclica que he escrito recientemente para «entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común» (ibíd., 3). «Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos» (ibíd., 14).
En Laudato si’, aliento el esfuerzo valiente y responsable para «reorientar el rumbo» (N. 61) y para evitar las más grandes consecuencias que surgen del degrado ambiental provocado por la actividad humana. Estoy convencido de que podemos marcar la diferencia y no tengo alguna duda de que los Estados Unidos –y este Congreso– están llamados a tener un papel importante. Ahora es el tiempo de acciones valientes y de estrategias para implementar una «cultura del cuidado» (ibíd., 231) y una «aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza» (ibíd., 139). La libertad humana es capaz de limitar la técnica (cf. ibíd., 112); de interpelar «nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder» (ibíd., 78); de poner la técnica al «servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral» (ibíd., 112). Sé y confío que sus excelentes instituciones académicas y de investigación pueden hacer una contribución vital en los próximos años.
Un siglo atrás, al inicio de la Gran Guerra, «masacre inútil», en palabras del Papa Benedicto XV, nace otro gran norteamericano, el monje cisterciense Thomas Merton. Él sigue siendo fuente de inspiración espiritual y guía para muchos. En su autobiografía escribió: «Aunque libre por naturaleza y a imagen de Dios, con todo, y a imagen del mundo al cual había venido, también fui prisionero de mi propia violencia y egoísmo. El mundo era trasunto del infierno, abarrotado de hombres como yo, que le amaban y también le aborrecían. Habían nacido para amarle y, sin embargo, vivían con temor y ansias desesperadas y enfrentadas». Merton fue sobre todo un hombre de oración, un pensador que desafió las certezas de su tiempo y abrió horizontes nuevos para las almas y para la Iglesia; fue también un hombre de diálogo, un promotor de la paz entre pueblos y religiones.
En tal perspectiva de diálogo, deseo reconocer los esfuerzos que se han realizado en los últimos meses y que ayudan a superar las históricas diferencias ligadas a dolorosos episodios del pasado. Es mi deber construir puentes y ayudar lo más posible a que todos los hombres y mujeres puedan hacerlo. Cuando países que han estado en conflicto retoman el camino del diálogo, que podría haber estado interrumpido por motivos legítimos, se abren nuevos horizontes para todos. Esto ha requerido y requiere coraje, audacia, lo cual no significa falta de responsabilidad. Un buen político es aquel que, teniendo en mente los intereses de todos, toma el momento con un espíritu abierto y pragmático. Un buen político opta siempre por generar procesos más que por ocupar espacios (cf. Evangelii gaudium, 222-223).
Igualmente, ser un agente de diálogo y de paz significa estar verdaderamente determinado a atenuar y, en último término, a acabar con los muchos conflictos armados que afligen nuestro mundo. Y sobre esto hemos de ponernos un interrogante: ¿por qué las armas letales son vendidas a aquellos que pretenden infligir un sufrimiento indecible sobre los individuos y la sociedad? Tristemente, la respuesta, que todos conocemos, es simplemente por dinero; un dinero impregnado de sangre, y muchas veces de sangre inocente. Frente al silencio vergonzoso y cómplice, es nuestro deber afrontar el problema y acabar con el tráfico de armas.
Tres hijos y una hija de esta tierra, cuatro personas, cuatro sueños: Abraham Lincoln, la libertad; Martin Luther King, una libertad que se vive en la pluralidad y la no exclusión; Dorothy Day, la justicia social y los derechos de las personas; y Thomas Merton, la capacidad de diálogo y la apertura a Dios.
Cuatro representantes del pueblo norteamericano.
Terminaré mi visita a su País en Filadelfia, donde participaré en el Encuentro Mundial de las Familias. He querido que en todo este Viaje Apostólico la familia fuese un tema recurrente. Cuán fundamental ha sido la familia en la construcción de este País. Y cuán digna sigue siendo de nuestro apoyo y aliento. No puedo esconder mi preocupación por la familia, que está amenazada, quizás como nunca, desde el interior y desde el exterior. Las relaciones fundamentales son puestas en duda, como el mismo fundamento del matrimonio y de la familia. No puedo más que confirmar no sólo la importancia, sino por sobre todo, la riqueza y la belleza de vivir en familia.
De modo particular quisiera llamar su atención sobre aquellos componentes de la familia que parecen ser los más vulnerables, es decir, los jóvenes. Muchos tienen delante un futuro lleno de innumerables posibilidades, muchos otros parecen desorientados y sin sentido, prisioneros en un laberinto de violencia, de abuso y desesperación. Sus problemas son nuestros problemas. No nos es posible eludirlos. Hay que afrontarlos juntos, hablar y buscar soluciones más allá del simple tratamiento nominal de las cuestiones. Aun a riesgo de simplificar, podríamos decir que existe una cultura tal que empuja a muchos jóvenes a no poder formar una familia porque están privados de oportunidades de futuro. Sin embargo, esa misma cultura concede a muchos otros, por el contrario, tantas oportunidades, que también ellos se ven disuadidos de formar una familia.
Una Nación es considerada grande cuando defiende la libertad, como hizo Abraham Lincoln; cuando genera una cultura que permita a sus hombres «soñar» con plenitud de derechos para sus hermanos y hermanas, como intentó hacer Martin Luther King; cuando lucha por la justicia y la causa de los oprimidos, como hizo Dorothy Day en su incesante trabajo; siendo fruto de una fe que se hace diálogo y siembra paz, al estilo contemplativo de Merton.
Me he animado a esbozar algunas de las riquezas de su patrimonio cultural, del alma de su pueblo. Me gustaría que esta alma siga tomando forma y crezca, para que los jóvenes puedan heredar y vivir en una tierra que ha permitido a muchos soñar. Que Dios bendiga a América. 
Fuente: Radio Vaticana. 
©Univision.com

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Vaticano y las familias de refugiados



El Vaticano albergará a dos familias de refugiados que están "huyendo de la muerte" causada por la guerra o el hambre, anunció el domingo el papa Francisco, quien además exhortó a las parroquias, conventos y monasterios católicos de toda Europa a hacer lo mismo.
Un imperioso llamado que lanzó el Papa desde la ventana de su estudio personal, en el Palacio Apostólico, y ante miles de personas congregadas en la Plaza de San Pedro para recibir su bendición con el Angelus dominical.
Francisco citó a la Madre Teresa —la monja de origen europeo que se preocupaba por los más pobres de India—, cuyo aniversario luctuoso se recordó el sábado.
"Frente a la tragedia de decenas de miles de refugiados que huyen de la muerte por la guerra y por el hambre, y quienes recorren un camino hacia una esperanza de vida, el Evangelio nos llama a ser hospitalarios con los más pequeños y los más abandonados, a darles esperanza concreta", dijo Francisco.
No es suficiente decir "ten valor, soporta", agregó.
"Cada parroquia, cada comunidad religiosa, cada monasterio, cada santuario en Europa acogerá una familia, empezando por mi diócesis de Roma", dijo Francisco. También pidió a los obispos en toda Europa que sus diócesis reciban su llamado a "expresar el Evangelio en términos concretos y hospeden a una familia de refugiados".



Daniel Iriarte, desde la ruta que siguen refugiados sirios hacia Europa @Danieliriarteo
“En mi familia éramos veinte. La mayoría han muerto”, explica Ahmed Hassan con voz débil. Hasta hace un año, este albañil todavía podía ganarse más o menos la vida en el pueblo sirio de Jabl Badru, cerca de Aleppo. Otros parientes tenían tiendas. “Ahora todo ha sido destruido, ya no queda nada”, nos explica.
Aquella zona se la disputan entre el régimen sirio de Bashar Al Assad, los yihadistas del Estado Islámico y otras facciones insurgentes. Cuando los combates se hicieron demasiado intensos, esta familia decidió huir a Turquía. Ahmed y su mujer sobreviven junto a sus seis hijos en un cuarto de seis metros cuadrados en un edificio en ruinas detrás de la mezquita de Suleymaniya, en Estambul. El menor, Khaled, muestra una ostentosa cicatriz en la frente cerrada con grapas. “Le cayó un escombro”, cuenta su padre.
Los Hassan son parte de los casi dos millones de sirios que han buscado seguridad en Turquía. Aunque este país se ha destacado por establecer unos campos de refugiados de máxima calidad, apenas puede acoger a unos pocos cientos de miles. El resto sobrevive como puede. “No hemos encontrado trabajo, ni en Gaziantep, donde vivíamos antes, ni aquí”, explica Ahmed. Por habitar ese hueco, el casero les cobra un alquiler de 300 liras (unos cien dólares), a todas luces abusivo.
“Hay muchos turcos que se aprovechan de la situación de los sirios”, explica Sami, un joven traductor sirio que se dispone a viajar clandestinamente a Europa. Llevadas por la desesperación, muchas familias sirias están prostituyendo a sus hijas en este barrio. Y entre los grupos de solidaridad con estos refugiados se rumorea que se están dando casos de compra de órganos.
Así, el único motivo por el que los Hassan continúan en Turquía es porque carecen del dinero necesario para el pasaje a Europa. El viaje es caro: alrededor de dos mil euros tan solo para la primera parte, el viaje en patera hasta Grecia. Pero si se tiene el dinero, encontrar a quien pueda organizarlo no es difícil. “Todos los sirios conocen a alguien que tiene un contacto. La cadena es muy larga”, afirma Sami.
“El contacto se hace por teléfono”, explica. Para evitar los numerosos fraudes, la comunidad siria ha establecido lo que llaman ‘oficinas de garantía’: en lugar de pagar directamente a los traficantes, lo depositan en uno de estos lugares. “Pagas allí, y una vez has llegado, llamas para decirlo, y entonces se lo dan al contrabandista”, dice Sami. “Conozco mucha gente que lo ha hecho. El mes pasado, quince conocidos míos”, asegura.
El viaje no está exento de riesgos, como muestra la imagen del pequeño Aylan Kurdi, un niño de tres años ahogado esta semana junto a su madre y a su hermano frente a las costas de Bodrum, cuando trataban de llegar a la isla griega de Kos. Eso no impide que miles de sirios se estén echando al mar durante los últimos meses.