martes, 11 de febrero de 2014

Reconocer al otro es reconocerse

Les comparto las palabras que dije en la ceremonia en la que reconocimos la trayectoria del P. Miguel Aguayo López Urbina, destacado profesor del Área de Reflexión Universitaria:

HOMENAJE AL MTRO. MIGUEL AGUAYO LÓPEZ URBINA, S.J.
5 DE DICIEMBRE DE 2013
DRA. HILDA PATIÑO DOMÍNGUEZ

Estimado Padre Miguel Aguayo, estimado Mtro. José Ramón Ulloa, Director de Servicios para la Formación Integral, estimados maestros y maestras aquí presentes, amigos todos:

Hoy es tiempo de reconocer. Reconocer es volver a conocer, revisar a quien ya conocemos para descubrir en él o ella sus rasgos más destacados, darle rostro y corazón, como dirían los antiguos nahuas. Reconocer es un esfuerzo por hacer visible lo que se ha hecho invisible de tanto ser visto, de tanto ser sabido. Y cuando esto sucede, cuando la niebla de la rutina hace grises los días,  es necesario hacer un alto en el camino y decir: “yo te reconozco”, entonces mi mirada te ilumina.  De repente veo aquello que ya no podía ver, absorta en el trabajo cotidiano o en la rutina de la vida, doy por sentado que tú sabes que yo sé. Dar por sentado, suponer, es bueno a veces para aligerar la carga de los días; no es posible estar deteniéndonos a cada segundo. ¡Cuántas veces nos damos cuenta de lo útil, de lo valioso, de lo sabio, bello o inteligente que es alguien y no se lo decimos! Seguimos caminando de prisa para llegar a  la meta fijada, para alcanzar el objetivo establecido, sin  caer en la cuenta de que nunca llegamos solos, de que siempre llegamos gracias al esfuerzo de aquellos a quienes no reconocemos en el camino. Por eso reconocer es importante, un necesidad básica, diría Abraham Maslow.
Pertenecer a una comunidad, aun cuando fuera una comunidad muy bella y armoniosa, en la que todos nos sintiéramos incluidos y protegidos, no es, ni con mucho, suficiente. Necesitamos ser parte de algo, es verdad. Necesitamos pertenecer,  es verdad. Pero necesitamos también destacar esos nuestros rasgos individuales dentro de la homogeneidad de nuestro grupo humano. Necesitamos sentirnos diferentes, únicos y valorados por aquello único y diferente que hay en nosotros. La paradoja es que este destacar no podemos hacerlo nosotros. Es un necesitar que no está en nuestras manos satisfacer. Es necesario que otros lo hagan por nosotros: el reconocimiento, para ser tal, siempre está en el ojo ajeno, en la boca ajena, en la pluma ajena. Les toca a los otros reconocerme, así como me toca a mí reconocer a los otros.
Reconocer al otro es identificar los rasgos que me hermanan con  él en nuestra común humanidad, pero sobre todo aquellos que nos separan y nos distinguen. Reconocer es agradecer al otro por tener algo que uno considera valioso y digno de ser tenido por todos. Es mirar al otro como si me mirara de pronto en un espejo mágico:  ver la imagen de lo que a mí me gustaría tener, de lo que a mí me gustaría ser o llegar a ser: es mirar al otro como un ideal alcanzable, como un ejemplo y un modelo a seguir. Reconocer es decir: “quiero ser como tú”, “gracias por darme esa luz”. El reconocido se convierte así en una brújula para la vida de los demás que comparten la comunidad humana.  Es la orientación general que todos necesitamos, de modo que reconocer parece más necesario para el que reconoce que para el reconocido, pues no hay otro modo de aprender a ser humano que reconociendo la humanidad en los otros. En esto podríamos repensar a Maslow: sí, es verdad que ser reconocido es una necesidad humana básica, pero reconocer quizás lo es más aún, pues ¿qué ser humano puede caminar en la construcción de su propia humanidad sin coordenadas orientadoras?
Y eso es,  y ha sido,  el Padre Miguel Aguayo para las decenas de generaciones que han pasado por sus manos: un modelo de humanidad, una brújula en el camino de la vida. Por eso hoy lo reconocemos, hoy agradecemos que por más de 40 años haya dedicado su vida a formar jóvenes en las aulas universitarias de la Ibero dejando en ellos una huella indeleble.
Hace unos días fui a un desayuno en el que se premiaba un concurso nacional y me tocó compartir la mesa con el Director General del sistema CONALEP, con quien en seguida entablé una amena charla porque es exalumno de la Ibero, del tiempo de los gallineros.  De lo primero que me habló fue de las materias de integración, las que recuerda con tanto cariño, en especial aquella de Poesía Latinoamericana que le dejó marcado para siempre, porque le abrió a mundos hasta entonces para él desconocidos.
Miguel Aguayo tiene un lugar especial en el corazón de cientos de exalumnos quienes lo recuerdan y reconocen como uno de los mejores maestros de su vida. Ha impartido cursos con gran competencia en temas de poesía, literatura, Biblia y religión. La dedicación, seriedad y compromiso con su trabajo le llevaron a ser seleccionado para formar parte del estudio “Buenas prácticas docentes  para la formación humanista en la universidad” que se constituyó en mi proyecto de investigación en el doctorado en educación.
Durante las entrevistas que sostuvimos quedé cautivada por la concepción sobre la docencia y la labor docente que tiene Miguel. No se trata sólo de su erudición, sino de la sabiduría que ha acumulado a lo largo de los años y que lo ha hecho experto en “sacar lo mejor de sus alumnos”. El alumno es para Miguel como un diamante en bruto que hay que facetar, pues mientras más facetas tenga, más valioso será.  Lo importante del diamante es que gracias a las facetas puede  transmitir esa luz a los demás. Eso es, para Miguel,  el trabajo esencial del maestro: facetar al alumno para que el conocimiento que construye  no sea para que lo disfrute él y se quede en él,  sería inútil eso,  sino que de alguna manera sepa que eso que recibió no es suyo, es para otro, es para los demás.
Las palabras de Miguel están llenas de metáforas de luz.  Anteriormente hice mención de que, desde mi punto de vista, reconocer es, en cierta forma, mirarse en el espejo mágico. Esta idea se une a la idea de Miguel de que el  maestro debe ser como un espejo, y no  un espejo opaco,  sino el espejo más pulido y más claro que se pueda: porque su misión es reflejar a otros a través de sí mismo, reflejar, a través de él, a todos los autores que ha leído y trabajado. Tiene pues entonces que pulirse siempre, que estar al día, que leer mucho, que actualizarse constantemente. Porque para Miguel  ser maestro es siempre un gerundio:  “uno está siempre in fieri,  siempre haciéndose”.
La enseñanza de Miguel es, en palabras de muchos de sus alumnos, la enseñanza de vivir.  Como él nos dice : “No es  enseñar una clase, es enseñar a vivir. Enseñar y dar valores ese eso: es equiparte para la vida (…)  para Miguel los  valores tienen que verlos los muchachos en el maestro, y lo cito nuevamente: “Tú no tienes que hacer nada por reflejar lo que tú eres, tienes que ser, eso sí veraz en lo que haces. Lo que capta el muchacho es la veracidad de quien está enfrente de él, de que está siendo derecho con él, de que te gusta tu trabajo y te gusta entregarte a tu trabajo, que te interesan. Eso no lo puedes fingir, los muchachos lo captan. Te interesa ellos, te interesa su vida”.
Desde su fe, Miguel ha dado siempre a su docencia una dimensión trascendente. Los contenidos académicos son los que le dan pie, y lo cito:  “para ir humanísticamente a lo que nos interesa más a los maestros como jesuitas: el cultivo de los valores espirituales en los muchachos” porque “lo humanístico total es pulir al alma humana de tal manera  para que sobre ella venga la gracia. El humanismo no es otra cosa: prepara el alma del hombre con su mejores galas para recibir la visita de la gracia”. “Es cultivar la inteligencia, pulir la piedra en bruto y las vas puliendo para que cuando venga la gracia de Dios encuentre un terreno fértil, apto para difundir esa luz”.
Quisiera terminar estas palabras reconociendo la enseñanza que nos deja Miguel a todos los maestros: el secreto del amor. Así nos dice: “Nadie da lo que no tiene….si tú tienes amor por lo que haces, ese amor lo capta el alumno y sabe que está siendo enseñado por alguien que a ama lo que está haciendo y no hay ejemplo mejor para un alumno.”

Gracias Miguel por hacer realidad este amor, gracias por darnos tu espejo para mirarnos y al reconocerte en él reconozcamos también el valor de nuestro trabajo y la grandeza de nuestra misión. Nos has dejado un gran legado y ningún agradecimiento resulta suficiente para ti, muchas gracias.

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