HOMENAJE AL MTRO. MIGUEL AGUAYO LÓPEZ URBINA, S.J.
5 DE DICIEMBRE DE 2013
DRA. HILDA PATIÑO DOMÍNGUEZ
Estimado Padre Miguel Aguayo, estimado Mtro. José Ramón
Ulloa, Director de Servicios para la Formación Integral, estimados maestros y
maestras aquí presentes, amigos todos:
Hoy es tiempo de reconocer. Reconocer es volver
a conocer, revisar a quien ya conocemos para descubrir en él o ella sus rasgos
más destacados, darle rostro y corazón, como dirían los antiguos nahuas.
Reconocer es un esfuerzo por hacer visible lo que se ha hecho invisible de tanto
ser visto, de tanto ser sabido. Y cuando esto sucede, cuando la niebla de la
rutina hace grises los días, es necesario
hacer un alto en el camino y decir: “yo te reconozco”, entonces mi mirada te
ilumina. De repente veo aquello que ya
no podía ver, absorta en el trabajo cotidiano o en la rutina de la vida, doy
por sentado que tú sabes que yo sé. Dar por sentado, suponer, es bueno a veces para
aligerar la carga de los días; no es posible estar deteniéndonos a cada
segundo. ¡Cuántas veces nos damos cuenta de lo útil, de lo valioso, de lo
sabio, bello o inteligente que es alguien y no se lo decimos! Seguimos
caminando de prisa para llegar a la meta
fijada, para alcanzar el objetivo establecido, sin caer en la cuenta de que nunca llegamos
solos, de que siempre llegamos gracias al esfuerzo de aquellos a quienes no
reconocemos en el camino. Por eso reconocer es importante, un necesidad básica,
diría Abraham Maslow.
Pertenecer a una comunidad, aun cuando fuera una
comunidad muy bella y armoniosa, en la que todos nos sintiéramos incluidos y
protegidos, no es, ni con mucho, suficiente. Necesitamos ser parte de algo, es
verdad. Necesitamos pertenecer, es
verdad. Pero necesitamos también destacar esos nuestros rasgos individuales
dentro de la homogeneidad de nuestro grupo humano. Necesitamos sentirnos
diferentes, únicos y valorados por aquello único y diferente que hay en
nosotros. La paradoja es que este destacar no podemos hacerlo nosotros. Es un
necesitar que no está en nuestras manos satisfacer. Es necesario que otros lo
hagan por nosotros: el reconocimiento, para ser tal, siempre está en el ojo
ajeno, en la boca ajena, en la pluma ajena. Les toca a los otros reconocerme,
así como me toca a mí reconocer a los otros.
Reconocer al otro es identificar los rasgos que
me hermanan con él en nuestra común
humanidad, pero sobre todo aquellos que nos separan y nos distinguen. Reconocer
es agradecer al otro por tener algo que uno considera valioso y digno de ser
tenido por todos. Es mirar al otro como si me mirara de pronto en un espejo mágico:
ver la imagen de lo que a mí me gustaría
tener, de lo que a mí me gustaría ser o llegar a ser: es mirar al otro como un
ideal alcanzable, como un ejemplo y un modelo a seguir. Reconocer es decir:
“quiero ser como tú”, “gracias por darme esa luz”. El reconocido se convierte
así en una brújula para la vida de los demás que comparten la comunidad humana.
Es la orientación general que todos necesitamos,
de modo que reconocer parece más necesario para el que reconoce que para el
reconocido, pues no hay otro modo de aprender a ser humano que reconociendo la
humanidad en los otros. En esto podríamos repensar a Maslow: sí, es verdad que
ser reconocido es una necesidad humana básica, pero reconocer quizás lo es más aún,
pues ¿qué ser humano puede caminar en la construcción de su propia humanidad sin
coordenadas orientadoras?
Y eso es,
y ha sido, el Padre Miguel Aguayo
para las decenas de generaciones que han pasado por sus manos: un modelo de
humanidad, una brújula en el camino de la vida. Por eso hoy lo reconocemos, hoy
agradecemos que por más de 40 años haya dedicado su vida a formar jóvenes en
las aulas universitarias de la Ibero dejando en ellos una huella indeleble.
Hace unos días fui a un desayuno en el que se
premiaba un concurso nacional y me tocó compartir la mesa con el Director General
del sistema CONALEP, con quien en seguida entablé una amena charla porque es
exalumno de la Ibero, del tiempo de los gallineros. De lo primero que me habló fue de las
materias de integración, las que recuerda con tanto cariño, en especial aquella
de Poesía Latinoamericana que le dejó marcado para siempre, porque le abrió a
mundos hasta entonces para él desconocidos.
Miguel Aguayo tiene un lugar especial en el
corazón de cientos de exalumnos quienes lo recuerdan y reconocen como uno de
los mejores maestros de su vida. Ha impartido cursos con gran
competencia en temas de poesía, literatura, Biblia y religión. La dedicación,
seriedad y compromiso con su trabajo le llevaron a ser seleccionado para formar
parte del estudio “Buenas prácticas docentes
para la formación humanista en la universidad” que se constituyó en mi
proyecto de investigación en el doctorado en educación.
Durante las entrevistas que
sostuvimos quedé cautivada por la concepción sobre la docencia y la labor
docente que tiene Miguel. No se trata sólo de su erudición, sino de la
sabiduría que ha acumulado a lo largo de los años y que lo ha hecho experto en “sacar
lo mejor de sus alumnos”. El alumno es para Miguel como un diamante en bruto
que hay que facetar, pues mientras más facetas tenga, más valioso será. Lo importante del diamante es que gracias a
las facetas puede transmitir esa luz a
los demás. Eso es, para Miguel, el
trabajo esencial del maestro: facetar al alumno para que el conocimiento que construye no sea para que lo disfrute él y se quede en
él, sería inútil eso, sino que de alguna manera sepa que eso que
recibió no es suyo, es para otro, es para los demás.
Las palabras de Miguel están
llenas de metáforas de luz. Anteriormente hice mención de que, desde mi
punto de vista, reconocer es, en cierta forma, mirarse en el espejo mágico.
Esta idea se une a la idea de Miguel de que el maestro debe ser como un espejo, y no un espejo opaco, sino el espejo más pulido y más claro que se
pueda: porque su misión es reflejar a otros a través de sí mismo, reflejar, a
través de él, a todos los autores que ha leído y trabajado. Tiene pues entonces
que pulirse siempre, que estar al día, que leer mucho, que actualizarse
constantemente. Porque para Miguel ser
maestro es siempre un gerundio: “uno
está siempre in fieri, siempre haciéndose”.
La enseñanza de Miguel es, en
palabras de muchos de sus alumnos, la enseñanza de vivir. Como él nos dice :
“No es enseñar una clase, es enseñar a vivir.
Enseñar y dar valores ese eso: es equiparte
para la vida (…) para Miguel
los valores tienen que verlos los
muchachos en el maestro, y lo cito nuevamente: “Tú no tienes que hacer nada por reflejar lo que tú eres,
tienes que ser, eso sí veraz en lo
que haces. Lo que capta el muchacho es la veracidad
de quien está enfrente de él, de que está siendo derecho con él, de que te
gusta tu trabajo y te gusta entregarte a tu trabajo, que te interesan. Eso no
lo puedes fingir, los muchachos lo captan. Te interesa ellos, te interesa su
vida”.
Desde su fe, Miguel ha dado
siempre a su docencia una dimensión trascendente. Los contenidos académicos son
los que le dan pie, y lo cito: “para ir
humanísticamente a lo que nos interesa más a los maestros como jesuitas: el
cultivo de los valores espirituales en los muchachos” porque “lo humanístico
total es pulir al alma humana de tal manera
para que sobre ella venga la gracia. El humanismo no es otra cosa:
prepara el alma del hombre con su mejores galas para recibir la visita de la
gracia”. “Es cultivar la inteligencia, pulir la piedra en bruto y las vas
puliendo para que cuando venga la gracia de Dios encuentre un terreno fértil,
apto para difundir esa luz”.
Quisiera terminar estas palabras
reconociendo la enseñanza que nos deja Miguel a todos los maestros: el secreto
del amor. Así nos dice: “Nadie da lo que no tiene….si tú tienes amor por lo que
haces, ese amor lo capta el alumno y sabe que está siendo enseñado por alguien
que a ama lo que está haciendo y no hay ejemplo mejor para un alumno.”
Gracias Miguel por hacer realidad
este amor, gracias por darnos tu espejo para mirarnos y al reconocerte en él
reconozcamos también el valor de nuestro trabajo y la grandeza de nuestra
misión. Nos has dejado un gran legado y ningún agradecimiento resulta
suficiente para ti, muchas gracias.
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