Un artículo interesante aparecido en La Jornada
La revalorización de la persona
Gonzalo
Martínez Corbalá
Es cierto
que el mundo en que vivimos no parece tener mucho interés en preservar la vida
humana. Es más: aparecen grupos, con mayor o menor audiencia, que fueron
integrados con finalidades que se refieren a la protección de la vida animal de
los jaguares, o de los leones, o bien que en general se pronuncian contra las
armas de fuego, para evitar las cacerías, permitidas, o reguladas de manera que
se exige al cazador respetar algunas reglas que tienden a la protección de
alguna clase de animales, no se diga de aquellas especies en riesgo de
extinción, pues éstas reciben un tratamiento muy especial, que hace imposible
cobrar piezas de esa especie. Incluso las casas de modas que representan firmas
de personas de la alta sociedad evitan emplear en sus costosos diseños
materiales que solamente mediante la cacería se pueden obtener, y de esta
manera, los permisos correspondientes se elevan tanto en materia de impuestos,
que ni las más pudientes clientas lo pagarían, aparte de que no sería bien
visto que se usaran.
Un poco
lo mismo puede decirse de ciertas plantas cuya presencia se considera de gran
importancia. Este es el caso de los manglares, cuya defensa se hace por las
propias instituciones que tienen a su cargo las grandes obras que se construyen
frecuentemente, en los litorales, y que en muchos casos afectarían los
manglares, lo que no está permitido, y de una manera automática, se ponen en
acción los mecanismos que corresponden a la protección de los manglares.
Toda esta
larga descripción es para poder poner como base de comparación la eficacia que
generalmente opera para proteger, con efectividad en la práctica, especímenes
de los dos reinos, el vegetal y el animal, y también hemos tratado de dejar lo
más claro posible que los mecanismos de protección, sí funcionan en estos dos
casos. Ahora que para proteger al hombre mismo, es decir, para darse una
protección efectiva, el hombre pasa por grandes dificultades, y frecuentemente
no logra obtener éxito en ese sentido, es decir, no logra, por ejemplo, hacer
conciencia de que las guerras generan el armamentismo, y éste es absolutamente
contrario a la supervivencia del hombre. Tal parece que estamos haciendo una
muy elaborada mala broma para decir algo que es verdaderamente absurdo, que no
considero necesario examinar, sino que por su propio peso cae: el hombre
urdiendo su propia destrucción. Y decimos que parece ser esta afirmación una
broma de muy mal gusto por razones evidentes. Esto es algo que pareciera ser su
discusión tan difícil, que para empezar habría que admitir la dificultad
original, ¿quién es el loco, fuera completamente de sus cabales, que en la
discusión va a defender la tesis de que hay que acabar con el hombre, y que en
esa línea de argumentación tendría que incurrir en el uso de una suerte de
nihilismo fúnebre que tendría que adoptar, para ser consecuente con las
premisas de su “razonamiento”?
Por el
contrario, el otro gran filósofo que defendiera la supervivencia de la
humanidad como un derecho natural verdaderamente indiscutible, el derecho a la
vida, tendría candidatos en exceso, los cuales querrían ser ellos quienes
defendieran su propio derecho y el de sus hijos, de sus padres, de sus hermanos
y de la pareja biológica que le corresponda, a quien ama y defiende ahora, y
antes de ahora, así como lo hará sin duda mañana.
En el
diálogo de Protágoras o de los sofistas, Platón considera, y así lo deja
establecido, que el hombre, como especie, para subsistir, necesita comprender y
actuar consecuentemente la idea de que el hombre tiene que aprender a vivir en
sociedad con los demás, puesto que solo no le bastan la habilidad para encender
el fuego y dominarlo, cualidad que le dieron generosamente los dioses, pero no
le dieron la sabiduría para vivir en comunidades, en sociedad, y las fieras lo
devoraban. No era suficiente saber y pensar en el conocimiento del fuego para
enfrentarse con éxito a las bestias; sólo pudo lograrlo cuando admitió que
tenía que aprender a convivir con los demás, y a respetar a sus vecinos, a sus
mujeres y a sus hijos. La factibilidad de esta clase de asentamientos humanos
ha venido haciéndose posible en la medida en que el hombre acepta vivir y
acepta compartir los conjuntos de viviendas , y comparte también canalizar una
parte de sus recursos, a sostener y a compartir las ventajas y a enfrentar las
desventajas, que también las hay, así se ve este problema,
Y
solamente así podrá ser resuelto, en un mundo que demasiado pronto será de más
de 10 mil millones de seres humanos.
¿Cuánto
vale la vida de un ser humano en una guerra? Vale tanto como adversarios pueda
matar. Y si no puede, en ese caso no es mucho lo que vale para quienes conducen
el conflicto armado y su estrategia para ganar la guerra. Para ello, para
consolidar el triunfo, hay que distinguir y honrar a quienes más soldados enemigos
eliminan. De este modo, los generales que conducen una guerra premiarán a los
soldados que muestren mayor arrojo, y más decisión para eliminar los activos
del enemigo. Es normal que así sea, pero: ¿qué pasa cuando la guerra termina?
Pasa que los soldados para quienes la guerra ya terminó están acostumbrados a
matar, y a conseguir lo que requieren para su supervivencia, con el fuego de
las armas que queden a su disposición. Por esto se requiere constantemente
mantener vivo el proceso de revalorización de la persona.
Y del
derecho como base de la convivencia entre los hombres. Únicamente así
lograremos restañar el maltrecho contrato social de Rousseau. Solamente así
logrará el hombre ser autor de su propia historia.
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